El software libre más allá de Linux

Recientemente tuve una discusión por correo electrónico con un antiguo radioaficionado sobre un programa llamado UI-View, una aplicación para Windows que utiliza el Sistema Informador de Posición Automática. Durante la discusión me interesé por el estado del código fuente, apuntando que algunas de las interfaces podrían ser revisadas para tomar ventaja de las nuevas herramientas cartográficas disponibles. Se me dijo entonces que el código fuente había sido destruido, tal y como el autor había pedido que se hiciera tras su muerte. Entonces me detuve.

No porque el autor estuviera muerto, algo que ya sabía. De hecho Roger Barker llevaba ya muerto varios años antes de que yo empezase a utilizar su software. Me detuve porque me dejó flipado que cualquier aficionado, miembro de una comunidad enorgullecida de la innovación y la experimentación, tenga el deseo de destruir el código fuente de lo que sin duda es un ejemplo de software de nivel profesional, bien pensado y muy funcional. Me detuve, y empecé a pensar en las aplicaciones que utilizo como aficionado.

Gran parte del software que utilizan las comunidades amateur es de código fuente libre. La mayor parte, por no decir todo, está basado en Linux, lo que no es sorprendente. En mi máquina corro software para almacenar contactos, programar mis radios —necesito uno ligeramente diferente para cada una—, correr el APRS y trabajar con paquetes. En mi caso todos ellos son cerrados, o al menos no tan abiertos como para estar dispuestos a compartir su código.

Puede que los desarrolladores tengan buenos motivos, o puede que simplemente ignoren las ventajas de abrir su código. Desde luego uno de los mayores beneficios es la posibilidad de que el código sobreviva a la muerte —o a la simple frustración— del autor. Las buenas aplicaciones se demuestran valiosas y siempre hay quien se encargará de ellas incluso si el autor original se cansa. Otras ventajas, y estas ya te las sabes, son menos errores en los códigos, tiempos de desarrollo más rápidos, y esos momentos de inspiración que te encantan y que hacen que las cosas se muevan hacia adelante.

Los recursos son problemáticos. No es barato hacerse con un compilador y un entorno de desarrollo para Windows, aprender las interfaces, y luego poner a prueba la aplicación en una comunidad que ha sido descrita como el grupo de gente que menos dinero se gasta del planeta. Y sólo me muerdo un poquito la lengua. Los radioaficionados comprarán cualquier equipo lo suficientemente viejo si ven que aún les vale para algo. He visto cosas alucinantes salir de sus cajones, desde antenas hasta interfaces entre viejas radios de válvulas y ordenadores modernos. Y tecnología informática que viaja desde portátiles modernos con Linux o Vista a antiguallas que corren la versión 2 del MS-DOS con dificultades. Así que entiendo que un desarrollador quiera ganar algo de dinero con su código.

Una de las cosas más interesantes que he observado, aparte del modelo shareware para conseguir fondos, ya un tanto desfasado, es el modelo «lista de deseos» en la comunidad de software libre. Lo vi por primera vez con Tobi Oetiker y su MRTG, hace años, con su CD con la lista de deseos. Ahora ya tiene un modelo de financiación más robusto, fortalecido principalmente por la posibilidad de insertar publicidad, algo que no estaba aún bien definido a finales de los noventa. Pero, con diferencia, el modelo impuesto en la comunidad del software libre ha sido el de iniciar el código y hacerlo disponible por el mero placer de hacerlo, o porque los desarrolladores definieron un problema, su solución, y pensaron que otros podrían beneficiarse de ella.

En el mundo Windows, sin embargo, este generalmente no es el caso. Cierta cantidad de software para Windows hace disponible el código fuente, pero en la mayor parte de los casos se trata de aplicaciones que no comenzaron como programas para Windows. Casos notables como Pidgin o Wireshark son programas que se iniciaron en el reino Linux y fueron más tarde portados a Windows dado que había demanda. Pero nunca ha sido común que los programas que empiezan de forma nativa como desarrollos basados en Linux sean ideados con la misma idea de, digamos, aperturismo.

Así que, a todos los que programáis, especialmente a los que lo hacéis para Windows, me declaro favorable a que recuperéis vuestras inversiones, pero me permito sugeriros que hagáis disponible vuestro código fuente. Los resultados os sorprenderán agradablemente. Y a los que ya lo hacéis, ¡gracias!

Visto en Linux Journal.

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